domingo, 4 de febrero de 2018

Nieve sin alerta

Antes nevaba sin Meteosat y sin niveles rojos, naranjas ni amarillos;  sin alertas, sin emergencias y sin predicción oficial.  Nevaba normalmente en invierno;  peeo noviembre también  era propicio y no era nada raro,  ni se activaba ningún aviso. Los aldeanos miraban al cielo y observaban como  iba tornando del azul plomo al gris marengo para finalizar en un blanco  grisáceo,  surcado por  avefrías volando muy bajo. 
"Se esta cociendo la nieve", decían los mayores mientras dibujábamos círculos en el vaho de los cristales de la cocina. Había un silencio extraño antes de que empezasen a caer los primeros copos, y algunos animales eran capaces de percibir esa sensación y erizaban el vello.
Los troncos de la cocina de carbón,  crepitaban dejando un olor a invierno,  a aldea y a hogar entre aquellas paredes,  que me hubiera gustado guardarlos  en el frasco de las esencias imprescindibles para destaparlo en otros inviernos y en otros lugares. 
En la chapa al rojo vivo,  se hervía leche con miel para los pequeños y vino con azúcar para los mayores. 
La nieve en el campo era una invitada bien recibida, porque preparaba una tierra esponjosa para la cosecha y aseguraba el caudal de los ríos y manantiales.
Por un breve espacio de tiempo, el pueblo parecía que perdía una de sus dimensiones y era casi plano y  monocromo; una ilusionante postal que nos hacía pensar en alces blancos y trineos hasta que el sucio deshielo nos devolvía a la realidad, y  el incesante goteo de los tejados, dejaba al descubierto las arrugas y heridas del paisaje, sin que entonces imagináramos que la nieve sería una alerta roja, naranja  o amarilla. 
La nieve era lo que debía ser; el color del invierno.


Fotos: Banduxu (Proaza)


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