Con la mochila cargada de experiencias, recuerdos y unos troncos de leña para el fuego, llegamos al invierno donde acaba la larga travesía de este año, en el que navegamos por mares confusos; se confabularon el oleaje y la marejada, aliándose con vientos en contra, intentando tambalear la embarcación. No es fácil de hundir, aunque los dioses malvados soplaron fuerte, mientras las sirenas entonaban sus cantos para hacernos perder el norte, como a Ulises. Cambiamos de rumbo varias veces, buscando días de mar en calma, para llenar las redes de palabras sencillas y amables, huérfanas de versos... y conseguimos salir a flote de huracanes y borrascas. En este puerto en el que atracamos hoy, nos espera el calor de la chimenea, crepitando mientras cosemos las velas y tejemos redes y palabras, en el mar de la calma y la niebla, de esta Ítaca eterna.
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