Pasear sin prisa y pensar al ritmo pausado de una mañana de verano gris y nublada... en un silencio interrumpido sólo por las campanas de la iglesia y algún gallo perezoso al que se le hizo tarde el amanecer; un silencio que evoca despedidas y Penélopes tejiendo hasta la extenuación esperando regresos imposibles.
Atrás quedaban amores, padres y hermanos a los que quizá nunca volverían a ver y las piedras del santuario de arte de la Cueva de la Peña; paredes que fueron lienzos y humo de las hogueras que calentaban la vida hace millones de años... antes de la historia.
Casas de paredes fuertes, hogares que quizá nunca se habitaron, donde el olvido y el desarraigo se apoderaron de aquellos nobles muros, que se levantaron con piedras que hablan de humo de nuevo; que evocan las volutas de humo de aquellos puros tampeños que las manos de tantos candaminos modelaban con la ilusión y la esperanza de la vuelta a casa mientras el lector de la fábrica les contaba aventuras que les mitigaran el tedio y la nostalgia.
Porque algunos no volvieron y sus descendientes buscaron sus orígenes aferrándose a viejas fotos y buceando en archivos de papeles mustios y amarillentos, para encajar la última pieza de una historia que a veces como en "Un legado de humo" tiene final feliz.
Porque aún, 100 años después seguimos tejiendo redes que nos lleven "Al otru llau de la mar", para completar albúmes aunque sean en blanco y negro.
Con frecuencia las piedras cuentan historias y no te puedes resistir a escribirlas. San Román de Candamo susurra una historia en cada pisada.
"A todos mis antepasados que cantaban habaneras que olían a fresa"
( Esther Martínez)